lunes, 19 de mayo de 2014

LA CANAL DE HIERRO, un artículo de Felipe Mejías López

El trabajo que se presenta hoy (dividido en tres partes: una introductoria, la segunda de análisis y la tercera de resultados con paneles informativos) constituye todo un ejemplo de lo que deberían ser la mayoría de artículos de investigación: herramientas para intervenir y cambiar la realidad. Por encima incluso de la inevitable curiosidad por conocer el pasado que caracteriza al investigador local, lo realmente destacable es el vínculo entre la investigación y la tarea de salvaguarda, restauración y restitución de los elementos del patrimonio estudiados, de manera que los resultados son el objetivo final de ese esfuerzo y en consecuencia terminan siendo visibles y constatables, como veremos. A tal efecto y a sugerencia del autor, a las fotografías del artículo original he ido añadiendo las correspondientes a su estado actual proporcionadas por él mismo a fin de apreciar la restauración, restitución y puesta en valor que comentaba. En esa línea Felipe Mejías ya ha dado frutos notables; baste considerar la investigación en curso alrededor de laconducción de aguas del Obispo Tormo a Elche,  que inevitablemente terminará consolidando y recuperando ese interesante patrimonio común de Aspe y Elche o las obras de encauzamiento del Tarafa entre las que se inserta La Canal de Hierro y que en general cuenta con su participación directa y esencial con resultados que a la vista me parecen notables. 

Podría añadir algunas cosas que me interesan especialmente, como la lucha por el control de las aguas, históricamente atribuidas a Elche pero que no obstante terminarán siendo para uso de los aspenses en un proceso no exento de interés histórico, o las argucias jurídicas para conseguir concesiones a favor de la minería del agua, etc., pero como no quiero aburrir al sufrido espectador, sin más prolegómenos aquí va la primera entrega:

LA CANAL DE HIERRO
Las sociedades mineras y la extensión del regadío en Aspe a finales del siglo XIX

FELIPE MEJÍAS LÓPEZ

U
na localidad como Aspe, tan ligada desde siempre a los usos tradicionales del agua, ha generado a lo largo de su historia un patrimonio hidráulico verdaderamente notable que hay que relacionar con la búsqueda, canalización y aprovechamiento de sus recursos hídricos.
     Esta riqueza patrimonial aparece diseminada por multitud de lugares de nuestro término en forma de aljibes y balsas, fuentes, abrevaderos para el ganado, norias y pozos, pequeñas presas y azudes o rafas, molinos harineros y una extensa red de acequias que, en ocasiones, debe salvar barrancos y ramblas mediante el levantamiento de acueductos. Factores como la cotidianeidad de su uso, necesario y continuado hasta hace bien poco, y la presencia cercana, casi familiar, de estos elementos patrimoniales, constituyeron sus principales valedores en lo referente a su conservación y mantenimiento. Pero paradójicamente, con la casi total desaparición de los sistemas tradicionales de producción, también están abocándolos a marchas forzadas hacia su abandono y destrucción[1].
     La importancia antropológica de estas arquitecturas del agua –y en algunos casos su significación y calidad artística- no son en absoluto desdeñables. Numerosos estudios al respecto se han venido ocupando de ello en los últimos años[2]. Sin embargo, pese a la publicación de muchos de ellos, no se han tomado medidas significativas encaminadas a la conservación de estos valores patrimoniales.
     Pero centremos el asunto que nos ha traído hasta aquí, la puesta en valor de una obra de ingeniería hidráulica a la que podría considerarse sin ningún género de dudas (ni complejos) como la obra de arte más vanguardista[3] y singular, pero también desconocida y maltratada, de cuantas existen en Aspe: el acueducto conocido popularmente como La Canal de Hierro.
     Aunque antes habrá que detallar ciertos aspectos que explican el porqué de su construcción.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS: LAS SOCIEDADES MINERAS Y LAS PERFORACIONES SUBTERRÁNEAS EN BUSCA DE AGUA EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL S. XIX

     La lectura exhaustiva de los libros de actas de plenos municipales que abarcan los años 1878 a 1899 no ha ofrecido ninguna referencia concreta acerca del encargo de construcción de un acueducto metálico por parte del consistorio aspense. No obstante, los plenos abundan en deliberaciones y noticias referentes a la regulación de lo que se estaba configurando como una actividad novedosa[4] no exenta de lagunas legales y conflictos jurisdiccionales: la minería del agua.
     Tradicionalmente, la reglamentación de los usos del agua en Aspe había estado en manos del consejo municipal, hasta que en 1793 se constituye la Junta de Aguas como organismo autónomo encargado de dicha gestión (Martínez Español, 2006). La difícil coyuntura local experimentada a lo largo del siglo XIX, con cíclicas crisis de subsistencia agravadas por los reiterados episodios de sequía, debió impulsar a los principales contribuyentes de la villa, casi todos ellos propietarios de tierras, cosecheros y profesionales liberales, miembros en su mayoría de esta Junta, hacia la búsqueda del agua necesaria para el mantenimiento y extensión de sus cultivos.
    
Acción de la Sociedad Minera La Unión
Al amparo de la Ley de Aguas de 1866 –con su modificación de 1879- y de la Ley de Minas de 1868, y ante las facilidades dadas a los particulares en lo referente a la explotación y propiedad de las nuevas concesiones,
comenzaron a constituirse en Aspe diferentes sociedades mineras con la única finalidad de extraer agua del subsuelo. Esta actividad, por lo que trasciende de la documentación conservada en el Archivo Municipal, estuvo por tanto inspirada y dirigida en casi todo momento por la iniciativa privada, aunque la extracción social de sus promotores los incluyera casi de continuo en el engranaje político municipal.
     Durante estos años veremos cómo se suceden los registros de minas, casi todas ellas ubicadas en un área que podría establecerse grosso modo dentro de una circunferencia imaginaria de unos 1.000 metros de diámetro, cuyo centro sería el paraje de La Columna. Allí se establece la mina Trinidad[5], citada en 1879 junto al camino de Hondón (con sus ampliaciones El Descuido[6] y Pitágoras[7]); Humildad-Paciencia, y Concepción[8]; La Unión (fundada en diciembre de 1871); La Alianza, etc., todas ellas de propiedad compartida y complejo seguimiento societario, ya que, a las frecuentes ampliaciones y establecimiento de canales de conexión entre ellas, hay que añadir las constantes transmisiones de derechos y cruces de títulos de propiedad entre sus socios.      
En esa zona, junto al paraje conocido como el Charco de Claudio, en lo que debió ser un afloramiento de agua, se encontraba la mina de la acequia del Aljau[9], alimentada más adelante por la mina Carril, que a su vez era propiedad de la sociedad minera La Unión. Fuera de esta área se documentan prospecciones en la Alcaná o en la zona de los Cipreses, desde donde el propietario de la mina La Lealtad, el valenciano Jaime Feliu y Godoy, solicita en 1883 permiso para dirigir los sobrantes de su pozo a la mina de La Nía[10]. También en Uchel, junto a la Fuente del Hermano, se establece la sociedad minera ilicitana La Redención, aunque en agosto de 1879 debe interrumpir sus trabajos en la mina La Esperanza porque su actividad ha disminuido notablemente el caudal de la fuente próxima[11].
la Canal de Hierro antes de su soterramiento. Se aprecia parte de la cimentación de las pilas.
     Problemas similares se plantearon en años sucesivos. En el verano de 1883 ya se advierte una sensible disminución en el caudal de la mina del Aljau, al parecer debido a los trabajos de ampliación efectuados en las minas de La Trinidad. La situación se agravó unos meses después cuando también se vieron afectados los aforos de las acequias Mayor y Fauquí, la surgencia de la mina Carril y el manantial que alimentaba la conducción de aguas para las fuentes públicas, ubicado en el Hondo de las Fuentes. La denuncia presentada por las juntas de regantes ocasionó la apertura de una investigación por parte del Ayuntamiento. Tras el reconocimiento efectuado sobre el terreno por el perito municipal, Manuel García Cerdán, este emitió un informe detallado de la situación:
“…opina que la expresada merma notable del caudal de aguas de las fuentes públicas de Aspe y de las de riego de la acequia del Fauquí proviene y es debida a las labores egecutadas (sic) en las referidas minas ‘Descuido’ y ‘Trinidad’ efecto de que con tales labores se ha cortado unos veinte o treinta metros por encima del Salto del Chorrador de la rambla, grande extensión del manto de pedrusco o grava por donde discurren las aguas que vienen alimentando de inmemorial las fuentes públicas de Aspe y la acequia del Fauquí, siendo de parecer además que a medida que continúen avanzando en el corte transversal de dicho manto de terreno permeable las labores de las mencionadas minas, las aguas aumentarán en ellas tanto como disminuirán de las fuentes y acequias precitadas[12].

     Hacía tiempo que las juntas de las acequias Fauquí, Mayor y Aljau vigilaban muy de cerca los posibles perjuicios que podía ocasionarles la perforación de pozos. Prueba de ello es el escrito firmado por varios de sus miembros el 7 de enero de 1884, donde se deja entrever el subterfugio legal empleado por las concesiones mineras para conseguir la extracción de agua:

Que a favor de concesiones mineras de hierro y lignito, metales de los que no se ve ni aun señal en el término de esta villa, se están haciendo en el mismo escavaciones (sic) ó labores, que no tienen mas objeto que el de un alumbramiento de agua de riego, con manifiesto perjuicio de las acequias que fertilizan esta huerta, y del manantial que abastece las fuentes de esta población, que abundantes con anterioridad a esas escavaciones (sic), hoy escasean, y de continuar tales obras es muy de temer que desaparezcan, produciendose en el vecindario un gran conflicto.
La apatía ó indiferencia del Ayuntamiento en un asunto de tanta trascendencia sería sumamente reprobable, y si hasta ahora no ha practicado gestion alguna, que se sepa, no puede atribuirse mas que a las circunstancias especiales en que se ha encontrado; pero las cosas no pueden ya continuar de ese modo, y toda vez que la Ley de Aguas vigente, conforme en esto con la anterior, dispone, en su arto 23, que en casos como el de que se trata, podrá el Alcalde y deberá, á excitación del Ayuntamiento, mandar suspender las obras = Suplican al mismo se sirva tomar en consideración lo que se deja expuesto y acordar en su virtud dicha excitación. Asi lo esperan de su buen celo y notoria rectitud. Aspe 7 de enero de 1884[13].

     Finalmente se determinó la suspensión de los trabajos de la mina en marzo de 1884[14].
     En cualquier caso, la actividad de estas minas no cesó. Por el contrario, en reiteradas ocasiones hubo que servirse de ellas para garantizar el abastecimiento de aguas a las fuentes públicas, bien en circunstancias excepcionales, como durante la epidemia de cólera de 1884-1885, bien durante períodos de extrema sequía como el del verano de 1898. Otras veces se llegó a acuerdos con las juntas de riegos de las tres acequias principales para beneficiar sus caudales cuando estos escaseaban.
     En la última década del siglo comienzan a aparecer noticias acerca de la sociedad minera La Alianza. Ignoramos si nace como fusión de otras anteriores[15] o es de nueva creación, pero sus nombres, junto a los de Humildad-Paciencia y Concepción y La Nía[16], acaparan la mayor parte de las decisiones que durante estos años se  toman en lo referente a asuntos de aguas desde el Ayuntamiento. Las dos primeras solicitan a partir de 1890 permisos para atravesar con alcantarillas, canales y acueductos diferentes caminos, tierras comunales y accidentes del terreno. En ocasiones se adjuntan planos y memorias detalladas de las actuaciones a realizar[17]. Pero para la cuestión que nos ocupa destacan la longitud y trazado de la acequia de La Alianza:

“…que se le conceda autorización para cruzar con un cauce ó acequia los caminos vecinales y rurales del cementerio, de las Fuentes, viejo de Elche, de los Cipreses, senda de Upanel y la vereda de las Peñicas blancas[18].

     Nos interesa destacar este documento porque alude sin ninguna duda a la construcción de la acequia que iba a regar el paraje de la Nía, y según las dos únicas noticias conocidas hasta ahora acerca de la Canal de Hierro, esta se construyo para dar paso a las aguas que regaban este lugar:

 “En el año 1892 se puso la canal de Hierro con gran satisfacción de los propietarios de la Nía. Aquella tarde se tiraron cohetes y globos aerostáticos sumando con esta ampliación en total 1.081 hectáreas de regadío (…)”[19].

y también:

“(…) por el año 91 al 92 se puso la canal de hierro para regar la Nía, con lo que aumentó la zona de riego en unas 700 hectáreas.[20]
Estribo norte, levantado en cantería arenisca
     Parte del trazado de esta acequia atravesaba mediante una galería subterránea abovedada y transitable el terreno existente entre las actuales calles Hernán Cortés y Actor Antonio Prieto. Su construcción está documentada en el pleno municipal de 4 de febrero de 1894, donde el secretario de la Sociedad, Francisco Gras Bernal, solicita del Ayuntamiento “(…) autorización para abrir un pozo ó lumbrera en los ensanches del camino denominado Cipreses que sirva para la estracción (sic) de las tierras de una galeria que se construye para el paso de las aguas.” Desde allí se dirigía hacia el Barranco, donde se dispuso atravesándolo un acueducto levantado sobre pies derechos formados por sillares de mármol rojo sin desbastar[21].
     La confirmación de que el agua llegó de manera continuada a la Nía aparece reflejada en actas municipales de años sucesivos, con constantes menciones a riegos por medio de La Alianza –también conocida como acequia de la Carrasca- en parcelas próximas a la calle de Alicante[22] (actual Santa Faz), calle Cervantes[23], senda de Upanel-Peñas Blancas[24] (hoy avenida Carlos Soria) y a obras de canalización en el camino de los Molinos (actual carretera de Alicante)[25].
     A finales de siglo estaba muy arraigada en Aspe la certeza –y así consta por escrito en la documentación de la época- de que los regadíos se habían asegurado y extendido hasta límites apenas sospechados unos años antes gracias a la actividad de las sociedades mineras, y muy especialmente a  La Alianza. Esta sensación era si cabe más palpable al haberse garantizado el agua potable para consumo de la población.
 

Enlace del canal con el estribo sur, levantado de mampostería y reforzado con pequeños contrafuertes
Vista a media distancia. Se aprecia parte de la celosía Warren con un montante vertical (y el avanzado estado de oxidación)
Son años en los que comienzan a llegar por fin al ámbito local los avances técnicos del siglo: se instala en Aspe una estación telegráfica en 1891, tras la primera solicitud efectuada en 1888; Luís Gumiel funda en 1895 la Sociedad Eléctrica El Vinalopó consiguiéndose la iluminación con luz eléctrica de todo el pueblo a partir de 1896; se utiliza el hierro como nuevo material de connotaciones higienistas para la total renovación de la conducción de aguas potables a las fuentes públicas en 1894[26]; el vapor se emplea como fuerza de propulsión para máquinas en las industrias[27] y, lo que es más importante para el asunto que nos ocupa, en bombas para la elevación de aguas subterráneas, que comienzan a funcionar en el campo gracias en buena medida a la Exposición Industrial de 1888 (Aguilar Civera, 2005: 57).
     A este espíritu emprendedor, de innovación y progreso, alentado por la iniciativa privada de la burguesía local que conforma el accionariado de las sociedades mineras, responde la construcción de un acueducto metálico para salvar la rambla del río Tarafa en el paraje de la Carrasca[28].
Pendolón central de la cercha.

[1] Resulta muy triste comprobar, sólo por citar algunos ejemplos, la ruina casi total de los molinos en Quincoces y el área del Castillo del Río; la desaparición del molino de Mindán en el Tarafa; la destrucción de las norias de la Casa León y Uchel; el abandono a su suerte de la conducción de aguas con sus acueductos entre Aspe y Elche, o el penoso estado de conservación del castillete del Puente de Hierro. Diferentes circunstancias -algunas irremediables, otras de compleja solución- que no entraremos aquí a analizar, los han llevado a su actual situación. Inexplicables, patéticas y casi surrealistas (por lo evitables y por su consideración como “mejora”) resultan sin embargo actuaciones efectuadas bajo el amparo -o ante la inacción y desidia, tanto da- de las diferentes administraciones, como los soterramientos de la Rafa del Hondo de las Fuentes, la Rafa de Percebal, y la Canal de Hierro, en una clara falta de sensibilidad y respeto por el patrimonio local que no es sino el reflejo de la miopía cultural que para la gestión de estos asuntos afecta a nuestros gobernantes.
[2] No se puede tratar este asunto sin destacar el magnífico trabajo de catalogación y difusión de estos bienes culturales llevado a cabo desde los años ochenta por José María Cremades Caparrós y Francisco Pedro Sala Trigueros. Verdaderos pioneros de los estudios etnológicos aspenses, gracias a ellos se conservará al menos una memoria gráfica y científica de todo lo que ya ha desaparecido, que es mucho, y de lo que está en trance de desaparecer, que es casi todo.
[3] Dicho esto desde la perspectiva y enfoque del momento en que fue construida.
[4] Por los medios utilizados, no por el fin perseguido. La endémica falta de agua en nuestras tierras obligaba desde siglos atrás a una constante lucha por el aprovechamiento de los recursos hídricos, con la construcción de rafas y el aprovechamiento de los afloramientos naturales de agua existentes en nuestro término.
[5] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1878-1880, sesión de 14 de diciembre de 1879.
[6] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1881-1883, sesión de 24 de diciembre de 1882.
[7] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1884-1885, sesión de 22 de marzo de 1884.
[8] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1889, sesión de 21 de julio. Registrada originalmente como “Sociedad mina de lignito Concepción”, al parecer agrupaba estas tres minas.
[9] La ubicación exacta de la bocamina aparece citada en el acta del pleno de 27 de agosto de 1882, a raíz de ciertas obras de mejora y ampliación de sus galerías en el entorno de La Columna.
[10] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1881-1883, sesión de 31 de julio de 1883.
[11] AHMA, Libro de Actas Municipales de 1878-1880, sesión de 17 de agosto de 1879.
[12] AHMA, Libro de Actas Municipales de1884-1885, sesión de 22 de marzo de 1884, donde se recoge el informe del perito, evacuado el 22 de agosto de 1883.
[13] AHMA, Libro de Actas Municipales, sesión de 24 de febrero de 1884. Es apreciable cierto recelo por parte de los firmantes ante la posible dejación de funciones por parte de la municipalidad, algo por otra parte entendible si pensamos que algunos de sus miembros pudieron estar de alguna manera relacionados con dichas sociedades mineras.
[14] Este asunto aparece recogido por Manuel Cremades (1966a: 179-180) quien incide en las rivalidades políticas locales para explicar el cierre de la mina Trinidad. No obstante, tras la firma de una concordia entre las diferentes sociedades y el Ayuntamiento, se procedió a levantar la prohibición en abril de 1888.
[15] Su asesor legal, Ceferino Sánchez Almodóvar, había sido uno de los socios de La Trinidad.
[16] Citada por primera vez en septiembre de 1891 para el reparo de una acequia del Aljau en el camino de La Coca. Vid. AHMA, Libro de Actas Municipales de 1891-1892, sesión de 8 de septiembre.
[17] Tal es el caso de las sociedades Humildad-Paciencia y Concepción con su solicitud de acueducto con derecho de servidumbre perpetua al atravesar tierras de propiedad municipal. La resolución del expediente acaba correspondiendo al gobernador civil. Vid. AHMA, Libro de Actas Municipales de 1890, sesión de 1 de junio de 1890.
[18] AHMA, Libro de Actas Municipales, sesión de 23 de julio de 1893. En la sesión de 6 agosto siguiente se explica con detalle la amplitud y calidad de las obras a realizar por parte de La Alianza.
[19] M. CREMADES (1996b:355).
[20] M. CREMADES (1966a: 180).
[21] Agradezco a Antonio Cañizares Orts su precisa información acerca del aspecto original del acueducto del Barranco y la galería de La Alianza a su paso por el barrio del Caminico de Elche.
[22] AHMA, Libro de Actas Municipales, sesión de 1 de octubre de 1895.
[23] AHMA, Libro de Actas Municipales, sesión de 19 de abril de 1898.
[24] AHMA, Libro de Actas municipales, sesión de 27 de junio de 1899.
[25] AHMA, Libro de Actas Municipales, sesión de 19 de mayo de 1895.
[26] La obra, en la que se invirtieron 14.804 pesetas (una cantidad considerable para la época), fue proyectada por el agrimensor José Cremades Cerdán. La tubería se había encargado a la empresa barcelonesa de Alejo Soujol Manité, transportándose hasta Aspe por ferrocarril y barco.
[27] En 1898 la fábrica de muebles Hijos de Manuel Almodóvar había instalado en el patio de la empresa una máquina de vapor con caldera de 20 caballos, perforándose in situ un pozo para su abastecimiento. El agua apareció a 17 metros de profundidad.
[28] Iniciativas similares se advierten en los mismos años en empresas mineras andaluzas, promoviendo tendidos de puentes ferroviarios, lavaderos de mineral, pasarelas y tinglados portuarios, todo ello utilizando el hierro como material constructivo.

Todas las entradas del artículo aquí:
 http://miradas.yporquenounblog.com/search/label/La%20Canal%20de%20Hierro%20%28Aspe%29

No hay comentarios:

Publicar un comentario